Autor: Catherine McGuire.
Ilustrador: Jim Holloway (Portada de Jeff Easley).
Fecha de publicación: 1986 (Original 1983).
Número de páginas: 152.
Número de fines: 20 (Buenos: 8 - Regulares: 2 - Malos: 10).
Sinopsis: Eres Kyol, un huérfano humano de trece años criado con los elfos. El secuestro del príncipe Estragón hace que tu mejor amigo y su padre se embarquen en una misión de rescate a la que tú te unes clandestinamente.
Comentario personal: Afrontaba la lectura de El Castillo de las Pesadillas con la mejor de las intenciones, después de haber leído buenas críticas e influido por la línea ascendente que tomaba la colección después de los siete primeros números de Rose Estes. Desgraciadamente, todo lo que encontramos en esta obra es un refrito de libros anteriores.
Lo mejor que se puede decir del único número de McGuire en la colección es que tiene una consistencia ejemplar, hasta el punto de caer en la reiteración si se explora cada rama, pero es un mal menor si sirve para comprobar que los sucesos en los que no influye el protagonista serán siempre los mismos, y dependiendo de las decisiones tomadas habrá pequeñas variaciones. Asimismo, su estructura es amplia, sin seguir un camino principal aunque argumentalmente sea repetitivo ya que la acción siempre transcurre por los mismos emplazamientos.
Y prácticamente ahí acaban las virtudes de un libro que peca de ser excesivamente infantil y edulcorado (especialmente en los finales), hasta el punto de no confirmar de manera explícita la muerte del protagonista en ninguno de los fines claramente malos, y pintarlo todo de rosa en los buenos. El resultado de los combates es totalmente aleatorio, sin intervención del lector en el devenir de los mismos, entre otras cosas porque el protagonista lleva una joya que causa que los enemigos se peleen entre sí, haciendo irrelevante casi cualquier dificultad. Rorlis, el jefe militar que debería ser un tipo curtido en mil batallas y temible se muestra sin embargo como un tontorrón incapaz de vencer una sola refriega incluso contra niños de trece años, y se nombran a menudo dos magos supuestamente muy poderosos que apenas aparecen en el libro a la hora de la verdad, y cuando lo hacen tampoco salen muy bien parados.
De hecho, se dan muchos datos de nombres y eventos pasados que en realidad no tienen ninguna relevancia en el libro, ni siquiera hay nada en la fortaleza suficientemente macabro o malvado que la haga merecedora de ser llamada Castillo de las Pesadillas. Todo en el libro parece demasiado blando y complaciente, pensado para lectores de la edad del protagonista como máximo. Incluso no faltan dos animales parlanchines que, pese a ser esta vez un perro y un halcón, no son más que un calco de los Zorro y Búho de la saga Pentegarn.
Las ilustraciones de Holloway están bien, sin pasarse pero acertadas, sobre todo en las escenas de acción, como con movimiento.
En definitiva, un libro intachable en las formas (estructura y consistencia) pero muy deficiente en el fondo, con un argumento repetitivo y un tono benevolente y cándido que lo hace difícil de digerir más allá de la preadolescencia.
Lo mejor que se puede decir del único número de McGuire en la colección es que tiene una consistencia ejemplar, hasta el punto de caer en la reiteración si se explora cada rama, pero es un mal menor si sirve para comprobar que los sucesos en los que no influye el protagonista serán siempre los mismos, y dependiendo de las decisiones tomadas habrá pequeñas variaciones. Asimismo, su estructura es amplia, sin seguir un camino principal aunque argumentalmente sea repetitivo ya que la acción siempre transcurre por los mismos emplazamientos.
Y prácticamente ahí acaban las virtudes de un libro que peca de ser excesivamente infantil y edulcorado (especialmente en los finales), hasta el punto de no confirmar de manera explícita la muerte del protagonista en ninguno de los fines claramente malos, y pintarlo todo de rosa en los buenos. El resultado de los combates es totalmente aleatorio, sin intervención del lector en el devenir de los mismos, entre otras cosas porque el protagonista lleva una joya que causa que los enemigos se peleen entre sí, haciendo irrelevante casi cualquier dificultad. Rorlis, el jefe militar que debería ser un tipo curtido en mil batallas y temible se muestra sin embargo como un tontorrón incapaz de vencer una sola refriega incluso contra niños de trece años, y se nombran a menudo dos magos supuestamente muy poderosos que apenas aparecen en el libro a la hora de la verdad, y cuando lo hacen tampoco salen muy bien parados.
De hecho, se dan muchos datos de nombres y eventos pasados que en realidad no tienen ninguna relevancia en el libro, ni siquiera hay nada en la fortaleza suficientemente macabro o malvado que la haga merecedora de ser llamada Castillo de las Pesadillas. Todo en el libro parece demasiado blando y complaciente, pensado para lectores de la edad del protagonista como máximo. Incluso no faltan dos animales parlanchines que, pese a ser esta vez un perro y un halcón, no son más que un calco de los Zorro y Búho de la saga Pentegarn.
Las ilustraciones de Holloway están bien, sin pasarse pero acertadas, sobre todo en las escenas de acción, como con movimiento.
En definitiva, un libro intachable en las formas (estructura y consistencia) pero muy deficiente en el fondo, con un argumento repetitivo y un tono benevolente y cándido que lo hace difícil de digerir más allá de la preadolescencia.
Puntuación: 4'5.
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